Fabio Coentrao es
uno de los míos, de los nuestros. Puede resultar extraño que un aficionado
barcelonista apoye a un jugador del eterno rival. Ocurre que, conforme pasan
los años, soy más de jugadores que de equipos. Fabio es de los míos, no porque
esté ganando un sueldo y no trabaje, que trabajar, trabajará como todos, sino
porque ha optado por no dar la cara, por hacerse a un lado. No por miedo ni
cobardía, sino por pura y llana madurez.
No digo con esto que le falte carácter ni personalidad. Lo
digo porque me parece un ser terrenal, un mensaje a la sensatez en la galaxia
de las estrellas y el exceso de importancia a lo poco importante. El lateral zurdo, del que nadie se acuerda
estos días de gloria y tensión en que los títulos están en juego, nos da una
lección de humildad al pronunciar que sabe que no está al nivel, que sus
capacidades están a años luz de sus compañeros y mucho más lejos de la
caprichosa infantilidad de su público.
El luso ha renunciado a la gloria, a los focos, a la llamada
de la vanidad que puede distorsionarlo todo uno se sabe evaluado por millones
de ojos cada semana. Coentrao ha renunciado a la gloria del héroe, ha decidido
optar por un papel más modesto pero también vital, como un buen intendente:
conformarse con no ser el causante de un sonado fracaso. Mejor pasar el tiempo
en el rincón más oscuro del banquillo, sin siquiera vestirse la camiseta del
equipo, sólo llevando debajo de la ropa de abrigo la camiseta de su banda de
rock favorita. Igual que hacíamos los que nos sabíamos igual que él en
categorías y campos más modestos.
Seguro que Fabio, estos días, pasará mucho tiempo en la
grada. Fumando un cigarro tras otro,
como un aficionado más. Un testigo de primera línea, invisible para los
aficionados pero necesario para sus compañeros porque su mirada no puede
esconder el deseo, la admiración hacia sus compañeros, la sana envidia de
querer estar acompañada de la humildad de saber que es mejor en la distancia.
El sano juicio de que sabe que aporta mucho más perteneciendo que estando, como
un extra en una trepidante película de acción.
Me gusta Coentrao porque es lateral, como lo era yo en su
día, un puesto del que se decía que era el más irrelevante de un equipo de fútbol. Una demarcación que
era una cadena perpetua al anonimato. Me gusta Coentrao porque representa las
segundas oportunidades, el otro lado del espejo de los héroes con los que
convive, un mensaje a la modestia. El vivo recuerdo, instalado en el vestuario
del Bernabéu de que nunca se acaba
de ganar del todo y, al mismo tiempo, de que quizá, un día, tengamos la
oportunidad de ganarlo todo.
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